viernes, 5 de enero de 2018

¿Educación o negocios inmobiliarios?


“Sacan la escuela de una zona donde el metro cuadrado es más caro y la mandan a un lugar inaccesible pero que pone ‘en valor’ el galpón de Dietrich [la familia del ministro de Transporte]. Doble negocio para ellos y cero para el derecho social a la Educación”

... enviada al fondo de la Villa 31

"...otro problema que denuncian desde la comunidad educativa es que con el traslado del jardín se perdieron alrededor de cien vacantes de nivel inicial, el nivel con más demanda insatisfecha en toda la ciudad. Diasprotti denunció que no se abrieron las inscripciones para maternal, lactantes ni deambuladores, ni siquiera para los hermanos de los chicos que ya concurren al mismo establecimiento. Según relevaron desde UTE, en la villa 31 cada año faltan 800 vacantes para el nivel inicial"

nota completa: Una mudanza contra la comunidad educativa

lunes, 20 de febrero de 2017

Elogio de la media taza






Antes no entendía yo que era eso del cortado o media taza. Para saciar el apetito me parecía poco; para levantar el corazón y sacudir los nervios, nada. Pero entonces había verdadera hambre y verdaderos nervios. Ahora, en fin, soy partidario de la media taza. El nombre ya es discreción, medida, sobriedad. La leche no repleta, el café no excita, y le ayuda a uno a hacer las diez cuadras que faltan, o sea soportar a un amigo, o a concluir unos versos sin mayor peligro. Dorada, dulzona, la media taza es una golosina, un caramelo. Y ¿qué daño puede hacer una media taza? Nada, a medias, puede hacer mucho daño, aunque es verdad que basado en ello, uno las menudea, y, tapado por la leche, no se acuerda que el café está acurrucado por debajo con su carga de alcaloide.


Es pintoresco oir a los mozos solicitar un cortado o media taza. Parece que lo hacen con gusto, que les pesa poco, que es un juego. Media taza, un cortado, y más hasta el mimo: un cortadito. Ayer, precisamente, topé con un camarero que, ante mi pedido, y bien desde lejos, ni siquiera se molestó en formularlo. Miró hacia el mostrador y le bastó un enérgico gesto horizontal en el aire, como si quisiera cortar la columna próxima. Me pareció admirable. Lacónico y expresivo. Aquel mozo merecía ser un escritor, un estilista.


Baldomero Fernández Moreno
Guía caprichosa de Buenos Aires
serie del siglo y medio 70
EUdeBA, Bs.As. 1965

martes, 31 de mayo de 2016

Edificio de Macri eximido de impuestos...


... por el gobierno de Macri.

Edificio Molina Ciudad

"La empresa se acogió a los beneficios impositivos de la ley de creación del Distrito del Arte, impulsada por el gobierno de Macri unos meses después de que el jefe de gobierno conformara el Fideicomiso (Caminito) y emprendieran las obras en el lugar. No paga, por lo tanto, ingresos brutos ni ABL"

Ver nota → MACRI TIENE UN EDIFICIO EXIMIDO DE IMPUESTOS       

"...los lofts de Molina Ciudad sorprenden por su propuesta de valor: grandes espacios, calidad y precios accesibles. La oportunidad de invertir en un barrio en pleno crecimiento, a minutos de Puerto Madero y el microcentro..."
(La Nación, 15 de marzo de 2014)

viernes, 8 de enero de 2016

Calle Florida, allá por 1890 ...



[...En la calle Florida, la más elegante del centro de la ciudad]  "grupos de jóvenes mujeres alborotadas o señoras conversando a viva voz, se paseaban entre las filas de hombres mirones. Por supuesto que era mal visto que una mujer decente caminara sola por la ciudad. Si no quería ser tomada por prostitura, tenía que ir acompañada (a su lado) por una amiga o por su criada o sirviente uniformado (un paso detrás de ella). El que molestaba a una mujer debía pagar una multa de cien pesos o permanecer preso dos días" *

* Mario Rapoport y María Seoane: Buenos Aires. Historia de una ciudad. Planeta, Bs.As. 2007

sábado, 4 de abril de 2015

El hombre de Corrientes y Esmeralda

(de El hombre que está sólo y espera. Buenos Aires. 1931)

Ricardo Carpani-Cafetín de Buenos Aires
EL HOMBRE DE CORRIENTES Y ESMERALDA

Para no amilanarme ante los fantasmas que la imaginación procrea en las tinieblas, para no desorientarme en la maraña de variedades porteñas que a veces simulan desdecirse de un barrio y aun de una cuadra a otra, me dilaté en la nada fatua sino imprescindible creación de un hombre arquetipo de Buenos Aires: el Hombre de Corrientes y Esmeralda. En otro lugar aduciré las razones que me movieron a ubicarlo en esa encrucijada, para mí polo magnético de la sexualidad porteña.

Este hombre es el instrumento que me permitirá hincar la viva carne de los hechos actuales, y en la vivisección descubrir ese espíritu de la tierra que anhelosamente busco. Será la guía, la linterna de Diógenes con que rastrearé el hombre en quien ese espíritu se encarna. Lo muy grande hay que inducirlo de la observación de una partícula, no del enfocamiento directo. El que mira todo el bosque de manzanos, no ve más que el bosque. Pero el que se reduce a mirar profundamente una sola manzana puede inferir el régimen de todas las manzanas.

El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo lo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez. Lo importante es que todos sientan que hay mucho de ellos en él, y presientan que en condiciones favorables pueden ser enteramente análogos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ente ubicuo: el hombre de las muchedumbres, el croquis activo de sus líneas genéricas, algo así como la columna vertebral de sus pasiones. Es, además, el protagonista de una novela planeada por mí que ojalá alguna vez alcance el mérito de no haber sido publicada.

No se alboroten, pues, los políticos ni los granjeadores de voluntades. El Hombre de Corrientes y Esmeralda no es ladero para sus ambiciones. Su nombre no figura en los padrones electorales ni en las cuentas corrientes de los bancos, ni en los directorios de las grandes compañías ni en las redacciones de los diarios ni en las nóminas de comerciantes o profesionales. No es un obrero ni un empleado anónimo.

El Hombre de Corrientes y Esmeralda es el vórtice en que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual. Lo que se distancia de él, puede tener más inconfundible sabor externo, peculiaridades más extravagantes, ser más suntuoso en su costumbrismo, pero tiene menos espíritu de la tierra.

Por todos los ámbitos, la república se difumina, va desvaneciéndose paulatinamente. Tiene sabor peruano y boliviano en el norte pétreo de Salta y Jujuy; chileno en la demarcación andina; cierta montuosidad de alma y de paisaje en el litoral que colinda con el Paraguay y Brasil y un polimorfismo sin catequizar en las desolaciones de la Patagonia.

El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina. Todo afluye a él y todo emana de él. Un escupitajo o un suspiro que se arroja en Salta o en Corrientes o en San Juan, rodando en los cauces, algún día llega a Buenos Aires. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro mismo, es el pivote en que Buenos Aires gira.

El mismo Hombre vertió las palabras puntuaIizadoras de su efectividad en el arresto sin cálculo de un acaloramiento, de un querer demasiado tirante o de un pequeño descuido del recelo personal, pacientemente incubado por mí. El Hombre nació en apuntes apresurados de un partido de fútbol, de un asalto de box, en las reacciones provocadas por un niño en peligro, en la agresión a un indefenso, en la palpitación de las muchedumbres de varones que escuchan un tango en un café; en el atristado retorno a la monotonía de sus barrios de los hombres que el sábado a la noche invaden el centro ansiosos de aventuras; en las confesiones amicales arrancadas por el alba, en los bailes de sociedad y en la embriaguez sin ambajes de un cabaret; en algunos comentarios perspicaces y también en personas que exageraban involuntariamente un motivo mitigado en los demás.

En todos y en cada uno vive el Hombre de Corrientes y Esmeralda. Se le desconocía. El conocimiento es casi una verbalidad, y los hombres que podían metrificar su voz se irritaban la garganta amaestrando oraciones extranjeras o evaporaban sus propósitos en un silencio lleno de mañanas que perezosamente se trocaban en ayeres...


martes, 31 de marzo de 2015

El hijo de nadie


Raúl Scalabrini Ortiz. 1898-1959

R. Scalabrini Ortiz
En 1931 publicó El hombre que está solo y espera, con el que obtuvo reconocimiento de los círculos intelectuales y el premio Municipal. Luego de este reconocimiento, se dedicó de lleno a la investigación socioeconómica e histórica nacional. Toda su obra estará relacionada con estas investigaciones.

Luego de la derrota de la Revolución Yrigoyenista en 1933, de la que participó, fue desterrado a Europa. Desde allá, aclara aún más su visión sobre el grado de sometimiento de la Argentina a Gran Bretaña, al descubrir que los diarios en Italia y Alemania se refieren a la Argentina como una colonia del Imperio británico.



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El Hombre que está sólo y espera
EL HIJO DE NADIE

Corrientes y Esmeralda
El Hombre de Corrientes y Esmeralda, que para mí será el Hombre por antonomasia, desciende de cuatro razas distintas que se anulan mutuamente y sedimentan en él sin prevalecimientos, pero algunas de cuyas costumbres conserva, negligente, a través de las metamorfosis corporales en que se busca afanosamente a sí mismo. Ninguna de ellas media en sus sanciones, aunque hay resabios de su prehistoria que hablan de mundos más gratos. Por eso, los que atesoran unos pesos no pierden su escapadita a Europa. Su tolerancia tiene un cimiento firme en su progenie cosmopolita. Nada humano le es chocante, porque no le atenaza la herencia de ningún prejuicio localista. El hombre porteño tiene una muchedumbre en el alma. Cada grito encuentra un eco en que se prolonga sin extenuarse y sin perturbar a los demás. Es indulgente, pero no ecléctico. El eclecticismo le desplace porque insinúa debilidad o doblez de carácter. Su indulgencia no es flojedad: es vacilación entre cosas que no le atañen, porque, fuera de sí mismo y del espíritu de su tierra, pocas cosas concitan al Hombre de Corrientes y Esmeralda. En su destino y en los sentimientos adicionados a él, es intransigente. No discute jamás estos temas: se aparta de los que disienten. Pero en las emergencias en que su propia existencia no está en juego, irgue una sonrisa. 

Como si no se dirimieran trámites suyos, se ríe sin embozo de los sainetes en que los europeos, gringos, gallegos, turcos o franchutes se trenzan en baladronadas nacionales. Y es que los asuntos europeos, con estar tan cerca, están más lejos de él que si estuvieran en la luna.


El hombre porteño es en sí mismo una regulación completa, oclusa, impermeable, es un hombre que no pide a la providencia  nada más que un amigo gemelo para platicar. El hombre europeo es siempre un segmento de una pluralidad, algo que unitariamente aparece mutilado, incompleto. El porteño es el tipo de una sociedad individualista, formada por individuos yuxtapuestos, aglutinados por una sola veneración: la raza que están formando.

El porteño, habituado a su aislamiento, es de albedrío rápido, de despejos bruscos, despabilado en la eventualidad. El europeo es mutualista, precavido y lento en sus reacomodos personales inopinados.

Por eso, el hijo porteño de padre europeo no es un descendiente de su progenitor, sino en la fisiología que le supone engendrado por él. No es hijo de su padre, es hijo del país. “Sorprende, dice Emilio Daireaux, que era francés y buen mirador del país, que el hijo criollo nacido de padre extranjero sea capaz de enseñar a su padre la ciencia de la vida, tan difícil de aprender para el que se transplantó a un país nuevo”. Y cuenta que en una excursión se produjo un desperfecto en el carruajede un extranjero radicado desde mucho tiempo atrás en Buenos Aires. “Su hijo, de diez años de edad, nacido en el país, bajó del coche. Cortó, recortó, hizo nudos mágicos y corrigió el desperfecto. Al volver a su casa, dijo a su madre, de la manera más natural del mundo, sin orgullo, sin presunción:

—¡Ah, mamá, si no hubiera estado yo allí, no sé como se las hubiera arreglado papa!

Y era verdad. Esta facilidad para salir de apuros para encontrar recursos en sí mismo, en circunstancias difíciles, en resolverlo todo en plena pampa, que es instintiva del joven americano, sorprenderá siempre al viejo europeo, maduro y deexperiencias, pero mal preparado para el aislamiento”.

Ese individualismo intrépido, que afronta la fatalidad con desenvuelto ademán, que no reconoce lindes a su independencia, que atropella y desquicia todos los principios de la sociedad europea, que derrocha su acopio vital en futesas y pasatiempos sin utilidad material, hende un abismo entre el padre y el hijo. El padre se abochorna de sus impedimentos y el hijo en zaherirlo, se burla del padre. La potestad paterna es un mito en Buenos Aires cuando el padre es europeo. El que realmente ejerce la potestad y tutela es el hijo. “Mira, vos no te vas a burlar de mi viejo ¿sabés? El tano es bueno y lo tenés que respetar”. Así, cuatro millones de italianos que vinieron a trabajar a la Argentina, después de la maravillosa digestión, cuyos años postrimeros vivimos, no han dejado más remanente que sus apellidos y unos veinte italianismos en el lenguaje popular, todos muy desmonetizados: “Fiaca. Caldo. Lungo. Laburo...”.

La convivencia precaria tiende al dominio del régimen, al establecimiento de disciplinas y escalafones invulnerables. El hombre importa menos que la clase, o la casta. Sin mucho error, puede asegurarse que en Europa, en las naciones más alardeadoras, todo está prescripto. Cada generación se instruye cuanto puede en la anterior, y hasta lo emergente va encuadrado en cierta previsión estratégica y cooperativa. El que hipotecara su trabajo futuro —como es hábito aquí— sería tildado loco. De tanto rodar, el europeo es ya un pedruzco sin aristas, un canto rodado del tiempo y de las corrientes culturales. Hasta sus arrebatos, esas ebulliciones intempestivas, salen ya refrenados por una educación instintiva. Ser extrañado de su clase en Europa es pena que amedrenta más que ser desterrado de su país en América. Ciertas regiones europeas desmienten mi generalización —demasiado suscinta para ser firmemente exacta— con su confesión fácil, su irascibilidad, su turbulencia palabrera, pero esos ímpetus son excepciones y no rutina cotidiana, en que actúan sumisos, semejantes a los demás, en una palabra: conjeturables. El porteño es, en cambio, indeductible. Ni su jerarquía pecuniaria, ni la estirpe de sus ascendientes, ni la índole de sus amigos dan pie a la inferencia de sus ideas o de sus sentimientos. Hay obreros conservadores y plutócratas revolucionarios. Lo ajeno no contagia al porteño. El porteño es inmune a todo lo que no ha nacido en él. Es el hijo primero de nadie que tiene que prologarlo todo.