viernes, 8 de enero de 2016

Calle Florida, allá por 1890 ...



[...En la calle Florida, la más elegante del centro de la ciudad]  "grupos de jóvenes mujeres alborotadas o señoras conversando a viva voz, se paseaban entre las filas de hombres mirones. Por supuesto que era mal visto que una mujer decente caminara sola por la ciudad. Si no quería ser tomada por prostitura, tenía que ir acompañada (a su lado) por una amiga o por su criada o sirviente uniformado (un paso detrás de ella). El que molestaba a una mujer debía pagar una multa de cien pesos o permanecer preso dos días" *

* Mario Rapoport y María Seoane: Buenos Aires. Historia de una ciudad. Planeta, Bs.As. 2007

sábado, 4 de abril de 2015

El hombre de Corrientes y Esmeralda

(de El hombre que está sólo y espera. Buenos Aires. 1931)

Ricardo Carpani-Cafetín de Buenos Aires
EL HOMBRE DE CORRIENTES Y ESMERALDA

Para no amilanarme ante los fantasmas que la imaginación procrea en las tinieblas, para no desorientarme en la maraña de variedades porteñas que a veces simulan desdecirse de un barrio y aun de una cuadra a otra, me dilaté en la nada fatua sino imprescindible creación de un hombre arquetipo de Buenos Aires: el Hombre de Corrientes y Esmeralda. En otro lugar aduciré las razones que me movieron a ubicarlo en esa encrucijada, para mí polo magnético de la sexualidad porteña.

Este hombre es el instrumento que me permitirá hincar la viva carne de los hechos actuales, y en la vivisección descubrir ese espíritu de la tierra que anhelosamente busco. Será la guía, la linterna de Diógenes con que rastrearé el hombre en quien ese espíritu se encarna. Lo muy grande hay que inducirlo de la observación de una partícula, no del enfocamiento directo. El que mira todo el bosque de manzanos, no ve más que el bosque. Pero el que se reduce a mirar profundamente una sola manzana puede inferir el régimen de todas las manzanas.

El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo lo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez. Lo importante es que todos sientan que hay mucho de ellos en él, y presientan que en condiciones favorables pueden ser enteramente análogos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ente ubicuo: el hombre de las muchedumbres, el croquis activo de sus líneas genéricas, algo así como la columna vertebral de sus pasiones. Es, además, el protagonista de una novela planeada por mí que ojalá alguna vez alcance el mérito de no haber sido publicada.

No se alboroten, pues, los políticos ni los granjeadores de voluntades. El Hombre de Corrientes y Esmeralda no es ladero para sus ambiciones. Su nombre no figura en los padrones electorales ni en las cuentas corrientes de los bancos, ni en los directorios de las grandes compañías ni en las redacciones de los diarios ni en las nóminas de comerciantes o profesionales. No es un obrero ni un empleado anónimo.

El Hombre de Corrientes y Esmeralda es el vórtice en que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual. Lo que se distancia de él, puede tener más inconfundible sabor externo, peculiaridades más extravagantes, ser más suntuoso en su costumbrismo, pero tiene menos espíritu de la tierra.

Por todos los ámbitos, la república se difumina, va desvaneciéndose paulatinamente. Tiene sabor peruano y boliviano en el norte pétreo de Salta y Jujuy; chileno en la demarcación andina; cierta montuosidad de alma y de paisaje en el litoral que colinda con el Paraguay y Brasil y un polimorfismo sin catequizar en las desolaciones de la Patagonia.

El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina. Todo afluye a él y todo emana de él. Un escupitajo o un suspiro que se arroja en Salta o en Corrientes o en San Juan, rodando en los cauces, algún día llega a Buenos Aires. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro mismo, es el pivote en que Buenos Aires gira.

El mismo Hombre vertió las palabras puntuaIizadoras de su efectividad en el arresto sin cálculo de un acaloramiento, de un querer demasiado tirante o de un pequeño descuido del recelo personal, pacientemente incubado por mí. El Hombre nació en apuntes apresurados de un partido de fútbol, de un asalto de box, en las reacciones provocadas por un niño en peligro, en la agresión a un indefenso, en la palpitación de las muchedumbres de varones que escuchan un tango en un café; en el atristado retorno a la monotonía de sus barrios de los hombres que el sábado a la noche invaden el centro ansiosos de aventuras; en las confesiones amicales arrancadas por el alba, en los bailes de sociedad y en la embriaguez sin ambajes de un cabaret; en algunos comentarios perspicaces y también en personas que exageraban involuntariamente un motivo mitigado en los demás.

En todos y en cada uno vive el Hombre de Corrientes y Esmeralda. Se le desconocía. El conocimiento es casi una verbalidad, y los hombres que podían metrificar su voz se irritaban la garganta amaestrando oraciones extranjeras o evaporaban sus propósitos en un silencio lleno de mañanas que perezosamente se trocaban en ayeres...


martes, 31 de marzo de 2015

El hijo de nadie


Raúl Scalabrini Ortiz. 1898-1959

R. Scalabrini Ortiz
En 1931 publicó El hombre que está solo y espera, con el que obtuvo reconocimiento de los círculos intelectuales y el premio Municipal. Luego de este reconocimiento, se dedicó de lleno a la investigación socioeconómica e histórica nacional. Toda su obra estará relacionada con estas investigaciones.

Luego de la derrota de la Revolución Yrigoyenista en 1933, de la que participó, fue desterrado a Europa. Desde allá, aclara aún más su visión sobre el grado de sometimiento de la Argentina a Gran Bretaña, al descubrir que los diarios en Italia y Alemania se refieren a la Argentina como una colonia del Imperio británico.



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El Hombre que está sólo y espera
EL HIJO DE NADIE

Corrientes y Esmeralda
El Hombre de Corrientes y Esmeralda, que para mí será el Hombre por antonomasia, desciende de cuatro razas distintas que se anulan mutuamente y sedimentan en él sin prevalecimientos, pero algunas de cuyas costumbres conserva, negligente, a través de las metamorfosis corporales en que se busca afanosamente a sí mismo. Ninguna de ellas media en sus sanciones, aunque hay resabios de su prehistoria que hablan de mundos más gratos. Por eso, los que atesoran unos pesos no pierden su escapadita a Europa. Su tolerancia tiene un cimiento firme en su progenie cosmopolita. Nada humano le es chocante, porque no le atenaza la herencia de ningún prejuicio localista. El hombre porteño tiene una muchedumbre en el alma. Cada grito encuentra un eco en que se prolonga sin extenuarse y sin perturbar a los demás. Es indulgente, pero no ecléctico. El eclecticismo le desplace porque insinúa debilidad o doblez de carácter. Su indulgencia no es flojedad: es vacilación entre cosas que no le atañen, porque, fuera de sí mismo y del espíritu de su tierra, pocas cosas concitan al Hombre de Corrientes y Esmeralda. En su destino y en los sentimientos adicionados a él, es intransigente. No discute jamás estos temas: se aparta de los que disienten. Pero en las emergencias en que su propia existencia no está en juego, irgue una sonrisa. 

Como si no se dirimieran trámites suyos, se ríe sin embozo de los sainetes en que los europeos, gringos, gallegos, turcos o franchutes se trenzan en baladronadas nacionales. Y es que los asuntos europeos, con estar tan cerca, están más lejos de él que si estuvieran en la luna.


El hombre porteño es en sí mismo una regulación completa, oclusa, impermeable, es un hombre que no pide a la providencia  nada más que un amigo gemelo para platicar. El hombre europeo es siempre un segmento de una pluralidad, algo que unitariamente aparece mutilado, incompleto. El porteño es el tipo de una sociedad individualista, formada por individuos yuxtapuestos, aglutinados por una sola veneración: la raza que están formando.

El porteño, habituado a su aislamiento, es de albedrío rápido, de despejos bruscos, despabilado en la eventualidad. El europeo es mutualista, precavido y lento en sus reacomodos personales inopinados.

Por eso, el hijo porteño de padre europeo no es un descendiente de su progenitor, sino en la fisiología que le supone engendrado por él. No es hijo de su padre, es hijo del país. “Sorprende, dice Emilio Daireaux, que era francés y buen mirador del país, que el hijo criollo nacido de padre extranjero sea capaz de enseñar a su padre la ciencia de la vida, tan difícil de aprender para el que se transplantó a un país nuevo”. Y cuenta que en una excursión se produjo un desperfecto en el carruajede un extranjero radicado desde mucho tiempo atrás en Buenos Aires. “Su hijo, de diez años de edad, nacido en el país, bajó del coche. Cortó, recortó, hizo nudos mágicos y corrigió el desperfecto. Al volver a su casa, dijo a su madre, de la manera más natural del mundo, sin orgullo, sin presunción:

—¡Ah, mamá, si no hubiera estado yo allí, no sé como se las hubiera arreglado papa!

Y era verdad. Esta facilidad para salir de apuros para encontrar recursos en sí mismo, en circunstancias difíciles, en resolverlo todo en plena pampa, que es instintiva del joven americano, sorprenderá siempre al viejo europeo, maduro y deexperiencias, pero mal preparado para el aislamiento”.

Ese individualismo intrépido, que afronta la fatalidad con desenvuelto ademán, que no reconoce lindes a su independencia, que atropella y desquicia todos los principios de la sociedad europea, que derrocha su acopio vital en futesas y pasatiempos sin utilidad material, hende un abismo entre el padre y el hijo. El padre se abochorna de sus impedimentos y el hijo en zaherirlo, se burla del padre. La potestad paterna es un mito en Buenos Aires cuando el padre es europeo. El que realmente ejerce la potestad y tutela es el hijo. “Mira, vos no te vas a burlar de mi viejo ¿sabés? El tano es bueno y lo tenés que respetar”. Así, cuatro millones de italianos que vinieron a trabajar a la Argentina, después de la maravillosa digestión, cuyos años postrimeros vivimos, no han dejado más remanente que sus apellidos y unos veinte italianismos en el lenguaje popular, todos muy desmonetizados: “Fiaca. Caldo. Lungo. Laburo...”.

La convivencia precaria tiende al dominio del régimen, al establecimiento de disciplinas y escalafones invulnerables. El hombre importa menos que la clase, o la casta. Sin mucho error, puede asegurarse que en Europa, en las naciones más alardeadoras, todo está prescripto. Cada generación se instruye cuanto puede en la anterior, y hasta lo emergente va encuadrado en cierta previsión estratégica y cooperativa. El que hipotecara su trabajo futuro —como es hábito aquí— sería tildado loco. De tanto rodar, el europeo es ya un pedruzco sin aristas, un canto rodado del tiempo y de las corrientes culturales. Hasta sus arrebatos, esas ebulliciones intempestivas, salen ya refrenados por una educación instintiva. Ser extrañado de su clase en Europa es pena que amedrenta más que ser desterrado de su país en América. Ciertas regiones europeas desmienten mi generalización —demasiado suscinta para ser firmemente exacta— con su confesión fácil, su irascibilidad, su turbulencia palabrera, pero esos ímpetus son excepciones y no rutina cotidiana, en que actúan sumisos, semejantes a los demás, en una palabra: conjeturables. El porteño es, en cambio, indeductible. Ni su jerarquía pecuniaria, ni la estirpe de sus ascendientes, ni la índole de sus amigos dan pie a la inferencia de sus ideas o de sus sentimientos. Hay obreros conservadores y plutócratas revolucionarios. Lo ajeno no contagia al porteño. El porteño es inmune a todo lo que no ha nacido en él. Es el hijo primero de nadie que tiene que prologarlo todo.

jueves, 15 de enero de 2015

SILLA EN LA VEREDA


Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estancadas en las puertas de sus casas; llegaron las noches del amor sentimental del "buenas noches, vecina", el político e insinuante "¿cómo le va, don Pascual?" Y don Pascual sonríe y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches...

Yo no sé que tienen estos barrios porteños tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos, todos queremos este barrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y siempre distintos, también.

Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué se yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños, largos, todos cortados con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos que aroman como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encierran las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del "te quiero". Fulería poética, eso y algo más.

Algunos purretes que pelotean en el centro de la calle; media docena de vagos en la esquina; una vieja cabrera en una puerta; una menor que soslaya la esquina, donde está la media docena de vagos; tres propietarios que gambetean cifras en diálogo estadístico frente al boliche de la esquina; un piano que larga un vals antiguo; un perro que, atacado repentinamente de epilepsia, circula, se extermina a tarascones una colonia de pulgas que tiene junto a las vértebras de la cola; una pareja en la ventana oscura de una sala: las hermanas en la puerta y el hermano complementando la media docena de vagos que turrean en la esquina. Esto es todo y nada más. Fulería poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez.

Este es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes llevamos metido en el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás.

Y junto a una puerta, una silla. Silla donde reposa la vieja, silla donde reposa el "jovie". Silla simbólica, silla que se corre treinta centímetros más hacia un costado cuando llega una visita que merece consideración, mientras que la madre o el padre dice: 
-Nena; traéte otra silla. 

Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana; silla que se le ofrece al "propietario de al lado"; silla que se ofrece al "joven" que es candidato para ennoviar; silla que la "nena" sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en una voluptuosa "linuya", en una charla agradable, mientras "estrila la d'enfrente" o murmura "la de la esquina".

Silla donde se eterniza el cansancio del verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar a la calle, mientras que la señora exclama: "¡Pero, hija! ocupás toda la vereda". 

Bajo un techo de estrellas, diez de la noche, la silla del barrio porteño afirma una modalidad ciudadana. 

En el respiro de las fatigas soportadas durante el día, es la trampa donde muchos quieren caer; silla engrupidora, atrapadora, sirena de nuestros barrios. 

Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detuvo. ¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés? Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar? Y, de pronto, le ofrecen una silla. Usted dice: "no, no se molesten". Pero, ¿qué? ya fue volando la "nena" a traerle la silla. Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando.

Silla engrupidora, silla atrapadora. 

Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe, amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil. 

Tenga cuidado con esa silla. Es agarradora, fina. Usted se sienta, y se está bien sentado, sobre todo si al lado se tiene una pebeta. ¡Y usted que pasaba para saludar! Tenga cuidado. Por ahí se empieza. 

Está, después, la otra silla, silla conventillera, silla de "jovies", tanos y galaicos; silla esterillada de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones municipales, todos en mangas de camiseta, todos cachimbo en boca. La luna para arriba sobre los testuces rapados. Un bandoneón rezonga broncas carcelarias en algún patio. 

En un quicio de puerta, puerta encalada como la de un convento, él y ella. Él, del Escuadrón de Seguridad; ella, planchadora o percalera.

Los "jovies" funcionarios públicos del carro, la pala y el escobillón, dan la lata sobre "erogoyenisme". Algún mozo matrero reflexiona en un umbral. Alguna criollaza gorda, piensa amarguras. Y éste es otro pedazo del barrio nuestro. Esté sonando cuando llora la milonga o la Patética, importa poco. Los corazones son los mismos, las pasiones las mismas, los odios los mismos, las esperanzas las mismas. 

¡Pero tenga cuidado con la silla, socio! Importa poco que sea de Viena o que esté esterillada con paja brava del Delta: los corazones son los mismos...


(Aguafuertes porteñas)
Roberto Arlt.

jueves, 27 de mayo de 2010

domingo, 23 de mayo de 2010

El Cabildo

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El primer edificio del Cabildo se construyó recién en 1608, en el solar que Juan de Garay le había asignado en 1580 al fundar la ciudad. Se levantó la Sala Capitular y un calabozo con barro apisonado y encofrado de madera. Para 1631 era tal el deterioro que se hizo imposible seguir sesionando por lo que los cabildantes pasaron a reunirse en la casa del Gobernador y se vió la necesidad de construir otro edificio.

El nuevo, del que se tiene noticia en los Acuerdos de 1662, tenía arcadas y dos torres, una en cada extremo, que se mantuvieron hasta 1692 en que se demolieron por razones de seguridad.


Los orígenes del Cabildo actual (o lo que queda de él) se remontan al año 1711.
Ese año la Corona española autorizó la construcción de un nuevo cabildo para la ciudad de Buenos Aires. Los nuevos trabajos serán realizados según el proyecto del jesuita Andres Blanqui.

Sería un edificio de dos plantas (capilla y despachos para los capitulares y el escribano en el piso bajo; sala de sesiones y otras dependencias en el piso superior, celdas y habitaciones para la servidumbre al fondo) balcón corrido en el frente, torre, cinco arcos arriba y abajo, a los costados del cuerpo central. Las obras comenzaron en 1725 y se inauguraron en 1740 cuando aún faltaba concluir el piso alto y la torre. La planta alta fue acabada en 1748, luego el balcón de madera y hierro. La torre se terminó en 1764 , la campana y el reloj (que se instaló al año siguiente) . En 1786 se dispuso el ornato de la sala de sesiones, para la que se adquirieron alfombras inglesas, colgaduras de damasco carmesí con flecos y borlas de oro, dosel, cojines, escaños, mesas y una campanilla de plata. Debajo del reloj, en la torre, fue emplazado el escudo de la ciudad y se inscribió la fecha de 1711. Este es el edificio será testigo de las Invasiones Inglesas y la Revolución de Mayo.


1822 - Acuarela de C.Pellegrini

En 1830 se redujo la extensión del balcón limitándolo a los tres arcos centrales y en 1845 se agregaron dos campanas más.

En 1860 se reemplazó el reloj de 1765 por otro que la Municipalidad adquirió en Europa Para su instalación fue necesario modificar la torre colocando una sólida escalera de mármol en reemplazo de los restos de la anterior de madera. Las ventanas de la torre fueron ensanchadas para colocar en ellas las esferas. El exterior de la torre fue revocado y adornado con azulejos y arriba se le colocó un globo de metal dorado de donde partía un pararrayos y una veleta con indicación de los puntos cardinales.

1861
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En 1879 –cuando el Cabildo era asiento de la Casa de Justicia. se le agregó un cuerpo a la torre, se le modificó e1 coronamiento y se arrasó con sus molestos aires coloniales, cargando su fachada con pilastras, capiteles y cornisas que modificaron su rostro hasta lo irreconocible. Se llegó al punto de sacar del edificio su bonito techado de tejas además de reformar los balcones y las columnas dándole un aire renacentista totalmente ajeno a al estilo original del edificio. El proyecto fue del arquitecto Pedro Benoit. En 1881 se revocó la torre y se le colocaron vidrios en la cúpula que por las noches, simulaba ser un faro en lo alto de la ciudad. i

1880

En 1889, por la apertura de la Avenida de Mayo, fueron demolidas tres arcadas del ala norte y se eliminó la torre. En 1905 el histórico Cabildo corrió el riesgo de desaparecer cuando se lo intentó demoler para construir en el terreno el Palacio Municipal.

El Cabildo luego de la apertura
de la Av. de Mayo

Y en 1931 perdió otros tres arcos, en su ala sur por la apertura de la Diagonal Julio Argentino Roca, nuevamente se intentó su demolición hasta que un proyecto del diputado Carlos Alberto Pueyrredón se convirtió en la ley 11.688 del 30 de mayo de 1933 por el cual se lo declaró Monumento Histórico Nacional.


Finalmente el 20 de diciembre de 1939 el Poder Ejecutivo Nacional nombró una Comisión encargada de realizar los estudios técnicos para restauración y reconstrucción definitiva del Cabildo. Fue restaurado en 1940 por el Arquitecto Mario Buschiazzo. Sobre la base de fuentes documentales gráficas y escritas, sondeos y cateos en obra, Buschiazzo retrotrajo al Cabildo al aspecto que ofrecía en la época colonial, reconstruyendo la torre, recuperando los tejados a dos aguas, rehaciendo carpinterías y herrería según los referentes de fines del siglo XVIII. La obra fue inaugurada el 12 de octubre de 1940.

El Cabildo en el Bicentenerio
de la Revolución de Mayo

Hoy es sede de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, y del Museo Histórico Nacional del Cabildo de Buenos Aires y de la Revolución de Mayo.
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viernes, 12 de marzo de 2010

ENCUENTRO DE GRANDES VELEROS 2010


Cola para visitar la Fragata Libertad

Todos los años podemos ver zarpar o llegar al puerto de Buenos Aires -y también visitar- a la Fragata Libertad, el buque escuela de la Armada Argentina. También suelen llegar a nuestra ciudad buques escuelas de otros países, como el Juan Sebastián Elcano, de la Armada Española. Lo que ha sido un acontecimiento extraordinario es la presencia simultánea de 10 grandes veleros -buques escuela de las armadas de países de América Latina y de España y Portugal- que participan del Encuentro de Grandes Veleros 2010 y Regata del Bicentenario.

Fragata Libertad (izq), Cisne Branco (der) y Simón Bolívar (más lejos)
click en la imagen para ampliar

Los barcos llegaron a Buenos Aires la semana pasada, y más de medio millón de personas los visitaron desde el viernes 5 al lunes 8, para lo que en muchos casos hubo que hacer colas de más de una hora.

Mas de medio millón de personas visitaron los barcos en cuatro días

El martes 9 zarparon hacia la Isla de los Estados, y Ushuaia -a donde llegarán el 20 de marzo- que es la próxima ciudad que visitarán.

También mucha gente visitó los buques museo Fragata Sarmiento y Corbeta Uruguay, que están permanentemente en los Diques 3 y 4 -respectivamente - de Puerto Madero.


Grandes Veleros 2010 en Buenos Aires:

Simón Bolívar, en Dársena Norte


Juan Sebastián Elcano - España. Eslora: 113 m
Esmeralda - Chile. Eslora: 113 m
Libertad - Argentina. Eslora: 103,7 m
Sagrés - Portugal. Eslora: 90,80 m
Cuauhtémoc - México. Eslora: 90,5 m
Simón Bolivar - Venezuela. Eslora 82,4 m
Guayas - Ecuador. Eslora: 78,4 m
Cisne Branco - Brasil. Eslora: 76 m
Gloria - Colombia. Eslora: 76 m
Capitán Miranda - Uruguay. Eslora: 61 m

Cuauhtémoc

Los veleros seguirán luego por el Pacífico hasta el Canal de Panamá, y por el Caribe hasta finalizar en la ciudad de Veracruz (México) a fines de junio.

La Fragata Libertad no llegará a las dos últimas ciudades: Santo Domingo y Veracruz.
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